Sábado, 24-ago-2013
A poco que experimentemos la lectura de la historia, la
percibiremos como una disciplina vital, capaz no solo de emocionarnos sino también
de estimularnos y hacernos recapacitar. Descubriendo que no es lenta sino
paciente, con desenlaces sorprendentes.
Una de las siete maravillas del mundo antiguo fue el Faro
de Alejandría. Construido en el s.III a.C. por iniciativa de Ptolomeo II, quien
hizo representar su nombre en tan grandiosa edificación, pretendiendo acaparar
todo el prestigio, y desdeñando a su arquitecto. Sin embargo, gracias al
escritor griego Luciano de Samosata (125-181 d.C.) conocemos la estratagema por
la que su arquitecto, Sostrato de Cnido, se valió para reclamar en la historia el
lugar que justamente le correspondía, por construir con maquinaria y
herramientas tan ingeniosas como arcaicas, un edificio tan magnífico y colosal.
Sostrato cinceló en piedra su nombre y lo recubrió con un
enlucido de yeso, sobre el cual grabó el nombre del rey Ptolomeo. Al cabo de
muchos años, la capa de yeso con el nombre del rey cayó, y dejó al descubierto
la siguiente inscripción: "Sostrato de Cnido, hijo de Dexifano, a los dioses
salvadores, por aquellos que navegan por el mar”. Ante este hecho, Luciano escribió:
“Así, Sostrato no trabajó para su provecho presente, ni para el corto
instante que dura la vida, sino para un futuro glorioso. Pues, mientras el faro
permanezca en pie pregonará la obra de su talento”
Más cercano en el tiempo y el espacio, Antonio Gala, en su
libro La Granada de los Nazaríes, menciona que en algunos muros de La Alhambra
se modelaban en yeso los nombres de los gobernantes, y bajo esta cobertura, en
ocasiones los artesanos esculpían los suyos. En la confianza que el tiempo reconocería
a los verdaderos creadores de tales maravillas.
En estos días se celebra la Feria de Almería, y la
bulliciosa y embriagadora Feria del Mediodía. Resulta difícil obviar este multitudinario
evento diurno, del que todo el mundo se queja, por el agobio que produce el
calor, y la incomodidad que supone la masiva afluencia de público, complicando
el acceso a los chiringuitos. Conrad Lorenz, el padre de la Etología,
encontraría motivos de estudio en el comportamiento de algunos participantes en
este festejo. Como los casos de algunos individuos que muestran cierta
dificultad en desplazarse manteniendo la verticalidad, quizás a causa de la
ingesta de zumos de frutas fermentados. Pero, en cuanto agarran el siguiente
vaso y la tapa, recuperan el carácter erguido de nuestra especie, para no
derramar ni tirar nada. Otros grupos llegan juntos, pero sus miembros no conversan entre si,
porque se concentran en su dispositivo móvil para comunicarse a distancia con
otras personas, en un adictivo toma y daca de remesas de fruslerías. Ignorando abiertamente,
durante intervalos de varios minutos, a quienes están a su lado.
Rodeado de estas ineludibles circunstancias, el Teatro
Cervantes permanece callado y paciente. Tras los chiringuitos y la algarabía
este teatro se erige solvente y gallardo, respetado por el tiempo. Pero, como Sostrato
y los artistas de La Alhambra, a sabiendas que el tiempo barrerá esa vaina
exterior, para emerger majestuoso en pleno centro de Almería, sobre la atención
de todos aquellos que pasen por donde su vista alcanza. Tal como sucede desde
hace 92 años, ya falta menos para su primer centenario. Entre sus muros rezuman
palabras y aires de poetas y dramaturgos, pero también de piratas, galanes, forajidos
y viajeros espaciales, de músicos y bohemios, de actores y entusiastas del
mundo que pervive allí donde cada uno de nosotros somos héroes invencibles, y
orgullosos reyes de nuestros sueños.
Pero, aún nos queda una sorpresa. Hace relativamente poco
tiempo que el Teatro Cervantes nos ha desvelado nuevas trazas de un episodio de
su historia. Gracias a Mª del Carmen Ravassa, autora del libro Historia de
una Larga Construcción: Teatro Cervantes de Almería, conocemos una
interesante historia. En el denominado Salón Noble del Círculo Mercantil, se
llevó a cabo una restauración y junto al alféizar de una de las puertas principales
de acceso, bajo una capa de pintura y yeso se halló la inscripción con la firma
del decorador Tadeo Villalba. Este, a principios de los años 20 del s.XX, diseñó
y llevó a cabo la exquisita decoración que viste este salón. Con criterio cabal,
la Directiva del Círculo Mercantil decidió rescatar de la postergación la firma
del prestigioso artista, protegiendo y resaltando esta inscripción.
Una vez más, y en esta ocasión de forma tan cercana a todos
los almerienses, el tiempo nos devuelve nuestras propias historias. Cuando esto
ocurre, se acrecienta notablemente la intensidad, exaltando la emoción. La
historia nos enseña que no hay hechos cerrados y conclusos, aún quedan aspectos
de las historias y de las personas por conocer, y para descubrirlos a veces solamente
tenemos que escarbar un poco. Porque la sorpresa puede estar tras una cobertura
efímera, o quizás al otro lado de nuestra mirada, en la persona que nos
acompaña, aunque la ignoremos durante unos minutos mientras leemos esto, en
nuestro dispositivo móvil.
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